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martes, 15 de diciembre de 2009

Soy fumigador

No soy de los que suelen regar con caridad las demandas de las multitudes adoquinadas en las ciudades, pidiendo y exigiendo una moneda.

Paseando por Buenos Aires, entre Lavalle y 9 de Julio, en un sábado lindo de diciembre, y después de una desbordante milanesa al plato con una Quilmes, escucho a mis espaldas un: “Ché, viejo, una ayudita”. Mirada con desdén automático, intentando espantar la miseria como si nos fuera a alcanzar en algún momento. Mirada. Clavo la vida en el iris de un tipo anónimo, desconocido, miembro de la legión mayoritaria de caídos por la gracia de los modelos. Me salió la ayudita. No sé por qué, me detengo y saco 5 pesos. Nada, pero nada es nada.

“Ché, viejo, Le cambio la plata por trabajo. Soy fumigador” Suena a categoría profesional especializado. “¿Fumigador? No tengo campo. No tengo que fumigar nada.

¿O quizás sí me sirvas? ¿Tienes algo para el miedo y el desamor?”

Me mira como dando gracias por no ser tan loco y pelotudo como yo.

No estaría mal tener un fumigador con especialidad en bioquímicos de alta densidad.
¿Te imaginas? ¿Cuánta plata ganaría si te especializaras en miserias humanas? Dejaría sin empleo a los terapeutas de gabinete. ¡Qué loco ¡

Qué bueno fumigar las ideas y las razones cómplices de la negación. Fumigar los amores líquidos de Zygmunt Baumann.

¡Dejemos al amor descansar¡, lo tenemos agotado de ausencia, le exigimos respuestas que no le son propias.

¿Fumigar? Ché viejo, qué bueno¡¡¡¡

Déjame que lo piense…y “no tengas bronca por saber que el tiempo se va y que hay que abandonar la pelea antes del último round” como retumba el tango en el boliche de una calle. en un Buenos Aires de diciembre.

El transeunte

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